Calendario Académico

El ‘profe’ Jairo Báez

“Convocatoria pública: se necesitan soñadores”. “Una de nuestras falencias es aprender historia y no hacer historia”. “Ningún pescador ha podido atrapar el cielo tirando su red al mar”. Esos son algunos de los trinos que el profesor Jairo ofrece diariamente a través su cuenta de Twitter. Sus frases son reflexiones profundas sobre la vida, la ciencia, el arte o la religión.

Al ser una persona callada, se mueve en silencio por los pasillos universitarios, siempre de corbata, con una barba tupida y con unas gafas translúcidas. Aunque a primera vista se ve bastante conservador, hay un detalle que delata su personalidad: una trenza que asoma por su nuca.

Es sencillo y aún conserva ciertos rasgos y ademanes inocentes, como si se tratara de un niño. Por su timidez, es más fácil conocerlo a través de sus libros que en una conversación. Sin embargo, acompaña su nobleza con una postura académica desafiante, ya que está dispuesto a poner en duda, a través de sus sesudos argumentos y sus serias investigaciones, lo que la ciencia suele llamar “demencia” o “salud mental”.

Sus obras versan sobre literatura y psicoanálisis, las grandes pasiones de su vida. Además, goza del respeto y el cariño de sus pares, quienes valoran profundamente su trabajo.

No obstante, el camino no fue nada fácil: oriundo de Santander, la vida le puso retos desde muy joven. A los 18 años, inicio de su vida laboral en el campo de la construcción.

Tiempo después, quiso buscar el conocimiento, ir a la universidad. Sin embargo, la situación económica era difícil, así que, tras validar el bachillerato, se presentó a la Universidad Nacional de Colombia. Hábil y perspicaz, pasó en su primer intento y empezó a estudiar Psicología.

Para pagarse sus estudios, trabajó en las noches en un hospital. Esa experiencia le dejaría profundas enseñanzas: “Hay que aprovechar el tiempo. Hay que aprovechar la presencia de este cuerpo”. “La vida es bella”, aseguró.

 

Ningún pescador es capaz de atrapar el cielo tirando su red al mar”, una de las metáforas del profesor Jairo Báez.

 

Su formación profesional fue inspirada por la autobiografía de Sigmund Freud. El neurólogo austriaco lo guio y, a través de sus letras, se convirtió en su maestro. De vez en cuando, soñaba con tener una máquina del tiempo para viajar y conocerlo, al igual que a Sócrates.

“Freud no me enseñó psicología, Freud me enseñó a vivir la vida (…) Especialmente, me transmitió el amor por la literatura, existen ciertos párrafos en sus textos que son arte puro; son sublimes. Es un literato, un excelente escritor”, afirma.

Otro de sus inspiradores fue Antanas Mockus, su profesor en la Universidad Nacional y, además, quien le otorgó su diploma de grado. Entre risas, recuerda haber perdido la asignatura que le impartió y jamás olvidará una de sus frases, el día de la ceremonia: “Los mando al mundo a dar trabajo, no a buscarlo”.

Siguiendo la máxima de su maestro, y una vez finalizado su pregrado, creó una microempresa: PSY grupos. La organización ofrecía diversos servicios psicológicos y estaba integrada por profesionales de su universidad. Fue durante esta vivencia que se enamoró de su profesión, adquiriendo una perspectiva diferente.

La docencia llegó de manera inesperada en una conversación con un amigo cercano. Han pasado veinte años y la academia aún lo acompaña. “A donde llego, termino de profesor”, dice con una sonrisa. Su larga vida como docente e investigador ha estado marcada por una sola búsqueda: la naturaleza del lenguaje, cómo utilizarlo y cuál es su lugar.

Jairo es, en el fondo, un literato. Su pasión es la novela, el cuento y la poesía. Sin embargo, la psicología es su oficio, una forma de analizar la mente humana.

Todas estas pesquisas lo llevaron a escribir un libro: El Nombre Propio, un trabajo que también fue su tesis de doctorado. En este texto, el profesor Jairo explora el recorrido de Jacques Lacan por la clínica psicoanalítica, analizando las categorías de ‘enfermo’ y ‘sano’, y su inserción en el mundo social.

En cuanto a su labor docente, su relación con los estudiantes es sencilla y honesta. Siempre dice que no sabe enseñar pero le gusta ver como ellos aprenden. Asimismo, disfruta compartir con ellos ese camino del saber. “Yo soy un estudiante eterno, yo no soy profesor. Aprendamos juntos”, señala en clase.

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