De niño, creció viendo a Millonarios coronarse campeón, así que inevitablemente se hizo hincha del equipo, además, su sueño era el de ser futbolista, como Wilinton Ortíz o Jairo Arboleda, las grande glorias de la época. El denominado ‘deporte rey’ marcó una parte importante de su camino. Aún recuerda dibujar en sus cuadernos escolares las jugadas más importantes de los partidos y robarse las páginas deportivas de los periódicos.
Su infancia y adolescencia la vivió en el barrio Santa Lucía, un lugar al sur de Bogotá en el que convergieron todos los sueños, la familia, los amigos, la parranda y hasta las novias. Viene de un hogar humilde, de esos en lo que nunca faltó ni sobró nada, se siente orgulloso de sus orígenes.
La vocación por la educación la adquirió desde pequeño, cuando, estando en quinto de primaria, cuidaba e impartía clase a compañeros de grados menores. Sin embargo, el personaje que lo marcaría para siempre y le enseñaría el significado de la docencia, sería Fernando Gonzalo, más conocido como ‘El loco’, un profesor español, cercano y con sentido del humor, que le dictaba química y geometría en el colegio.
A sus 16 años terminó el bachillerato, y sin saber con certeza qué hacer con su vida, le tocó escoger una carrera universitaria, aunque pensó en estudiar medicina por sus buenas notas en anatomía, la inquietud sobre el funcionamiento de las empresas, cambiaría su rumbo.
En la Universidad Nacional de Colombia, donde empezó a estudiar Administración de Empresas, vivió la década de los 70’s, los inicios del Rock y los ideales propios de la Guerra Fría que prometían un mundo mejor. Además, tuvo la oportunidad de conocer el país a través de sus compañeros. “Compartí con personas de todas las regiones, desde la costa hasta Pasto, había gente de Florencia (Caquetá), Santander, Boyacá, Caldas y Tolima”, afirma.
El fútbol seguía corriendo por sus venas, hizo parte del equipo universitario jugando como delantero, marcó muchos goles y compitió en diferentes torneos interinstitucionales.
Cierto día, cuando recorría en moto la carretera Tolima – Bogotá, acompañado de su primo, sufrió un accidente de tránsito que le cambiaría la vida. Un conductor ebrio lo arrolló. Se rompió la cadera y la rodilla izquierda, estuvo 6 meses postrado en una cama y tardó más de un año en poder volver a caminar con normalidad, sus anhelos deportivos se hicieron trizas.
No obstante, este hombre de alegría contagiosa, recuerda ese momento como una prueba que superó con creces: “Esa experiencia me enseñó a valorar todo lo que tengo, el hecho de poder desplazarme… También, me ayudó a madurar, a crecer, quedé curtido para lo que vendría más adelante. Asimismo, me dio coraje, disciplina y fuerza de voluntad”.
Una vez graduado, se desempeñó en cargos directivos de diferentes compañías, nunca dejó atrás sus ideales, simplemente los transformó, abogando por el trato digno y buenas condiciones para los empleados.
Desde hace 17 años es docente del Programa de Contaduría Pública en Los Libertadores, su propósito es “enseñar lo que no está en los libros” como el valor de la palabra empeñada y la empatía necesaria para pensar en los demás. La alegría de su labor se le sale por los poros, es feliz en un salón de clase.
A sus estudiantes siempre les recuerda que la revolución no implica lanzar piedras ni ningún hecho violento, “la verdadera revolución consiste en cambiar la consciencia y el corazón”, asegura. Sigue creyendo en la utopía de un país más justo y solidario.
Entre nostalgia y risas, el ‘profe’ Gustavo recuerda “las épocas de antaño en las que tenía cabello”. Aunque no va al estadio hace tiempo, sigue apoyando a su equipo del alma desde el televisor de su casa. Sobre su labor como docente, recuerda esa frase de un ciclista argentino en el Giro de Italia : “El que trabaja en lo que le gusta, vive de vacaciones”.