“Yo veo a mis estudiantes como otros profesores porque cada uno de ellos tiene una historia de vida muy diferente, ellos tienen conocimientos, experiencias y un mundo de elementos para aportar (…) He tenido la oportunidad de aprender mucho de ellos”, afirmó el docente.
Cuando Alejandro Jiménez llega a cualquier parte, su voz profunda retumba y llama la atención; le han dicho que se dedique a la locución tantas veces, que ya perdió la cuenta. Pero su vocación en la vida fue la psicología y más que nada, la docencia. Desde los 13 años hizo sus primeros pinitos como profesor: estaba en octavo grado en el Colegio Normal Nuestra Señora de la Paz y empezó a impartir clases a niños de primaria, como parte de las prácticas que, en ese entonces, exigía esa institución.
Sin embargo, cuando terminó el bachillerato, Alejandro, al igual que la mayoría de los adolescentes, no tenía claro el oficio al que se dedicaría. Ante la incertidumbre, se presentó sin éxito a diferentes universidades para estudiar Medicina, Bellas Artes, e incluso, Tecnologia Industrial.
Como última opción entró a estudiar Psicología, una disciplina de la que tiempo después se enamoró. Con el fin de pagar la universidad trabajó como auxiliar de construcción, recreacionista y hasta repartiendo directorios.
En plena carrera universitaria, un hecho le cambió la vida: sufrió un preinfarto debido al estrés. A pesar de lo que podría pensarse, esa situación no lo aminoró y, según él, “trajo muchas cosas positivas”.
A partir de ese momento, se dedicó de lleno a la academia y gracias a su esfuerzo, se convirtió en el primer monitor de investigaciones de su facultad, además, desarrolló una base de datos con todos los trabajos de grado realizados hasta la fecha. Cuando cursaba octavo semestre fue becado y, al final de su formación, fue candidato a grado de honor.
Al salir de la universidad, Alejandro tuvo su primer contacto profesional con la educación pues se ofreció como voluntario para ser psicólogo en un jardín infantil de la localidad de San Cristobal Sur, motivado por su fuerte vocación social y las ganas de adquirir experiencia.
A la par, colocaba carteles en la iglesia de su barrio ofreciendo asesoría psicológica. La iniciativa resultó todo un éxito y el sacerdote le cedió un espacio en la casa cural, dos días a la semana, para su labor.
Tiempo después, se desempeñaría como tutor social y llegaría a la docencia universitaria.
Desde el año 2008 hace parte del equipo de docente de la Fundación Universitaria Los Libertadores, una experiencia que interrupió unos años para viajar a Australia, y, según dice, “encontrarse a sí mismo”.
Actualmente continúa con la Institución y ama, profundamente, su quehacer como profesor, afirma que su único propósito es el de “ser feliz y luchar por los sueños”. Además, quiere empezar un Doctorado en Psicología Jurídica y Forense.
Sobre las dificultades, recuerda esa frase del dramaturgo y poeta alemán Beltron Brecht: “Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años, y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida, esos son los imprescindibles”.